Vio su
silueta el día anterior, agachada sobre los últimos cultivos del horizonte, y se temió lo peor. No tenía nada que ocultar, su trigo era limpio y antiguo, pero
sabía que eso no bastaba. Y ahora lo
tenía en la entrada de su casa, con esa sonrisa de lagartija, acechándole con
un puñado de espigas en la mano y un traje de corbata perfecto. No pudo evitar
el desprecio.
–Soy...
–Sé quién es usted.
La
sonrisa del inspector se amplió, dándole una nueva luz a sus ojos saltones.
–Tanto mejor entonces. Más
fácil... Hemos analizado muestras de grano tomadas anoche en su propiedad y
hemos validado que tiene nuestra patente...