Lola está sentada frente a mí y me pasa la sal con
gesto preocupado. Es una situación incómoda porque una señora anacrónica, con
una pamela sacada de un cuadro de Renoir, se ha sentado a nuestra mesa, entre
las dos y nos importuna cada vez que iniciamos la conversación.
–No deberías ponerte tanta sal –me incordia.